“No esperes encontrar en estas composiciones intenciones profundas, sino más bien un ingenioso jugueteo del arte para ejercitar la ejecución atrevida en el clavecín”. Así encabezaba Domenico Scarlatti la primera edición de sus “sonatas” para clave, por las que es universalmente reconocido. Cuando en 1738 publica sus Exercizi, no les da el título de sonatas. ¿Son sonatas, ejercicios, estudios, suites? Algunas de ellas son una y otra cosa, y la mayoría de los exercizi son piezas virtuosísticas, a veces extremadamente brillantes y difíciles. Su música es alegre y viva, y ejerció una influencia considerable sobre sus contemporáneos y sobre sus sucesores directos, como el padre Antonio Soler.
La sonatas de Soler están impregnadas del recuerdo de Scarlatti, a pesar de no utilizar los mismos medios. El compositor catalán es mucho menos sensible que su maestro a la influencia de la guitarra, si bien su lenguaje es esencialmente español. Es uno de los representantes de la escuela española de clavecín, escuela que surge a la sombra del poder de la guitarra de la época.
La delicadeza y melancolía de la Sonatine de Ravel sirve de puente entre ambos autores, obra que se encuentra en las antípodas en cuanto a estilo y técnica de ejecución.
Christian Zacharias consagra la segunda parte del programa a Chopin. El compositor polaco cultivó el piano bajo las formas más variadas: polonesas, valses, mazurcas, scherzos, nocturnos, baladas, rondós… Formado en el estudio de Mozart y Bach, cuya influencia es evidente, representa un espíritu clásico dentro de un alma romántica. En su obra para piano, que no procede nunca de ninguna idea literaria, el sentimiento prima siempre sobre la representación. Las mazurcas fueron una constante en su producción pianística, y junto a las polonesas, son el reflejo del sentimiento nacional al que siempre está ligada su música. Sus scherzos son en cambio puro virtuosismo y fantasía.